Con este término se hace referencia a una relación muy estrecha entre las personas y el entorno construido, tan estrecha al punto de considerar a los edificios como la “tercera piel” de las personas (la segunda piel es la ropa que nos ponemos).
¿Y qué implica una relación de este tipo?
Nosotros creemos que muchas cosas.
Por empezar es muy diferente concebir los edificios como una piel que nos envuelve, más que como un envoltorio inanimado y sin vida.
Dedicamos muchos cuidados y amor a nuestra (primera) piel: la hidratamos, la lavamos, la acariciamos y representa para nosotros el contacto con el resto del mundo.
¿Qué pasaría si, con las debidas diferencias, empezáramos a tratar a nuestros edificios como una piel más?
Seguramente aumentaría nuestra implicación hacia su materialidad, su funcionamiento, su salubridad y hacia su impacto en el contexto ambiental. En pocas palabras aumentaría nuestro “amor” hacia los edificios y el medio ambiente.
Este “amor” es justamente lo que impulsa el ámbito de la bioarquitectura y la bioconstrucción. La convicción que solo considerando el beneficio de todas las partes se puede garantizar el bienestar común.
Por eso se pone mucha atención en la naturalidad y salubridad de los materiales, en la eficiencia energética y en el diseño entendido como herramienta para conseguir el máximo de prestaciones con el mínimo de recursos.
(Piscina natural de biofiltración en vivienda bioclimática, pasiva y de bioconstrucción en el Garraf, Barcelona)